‘¿Tienen las mujeres que estar
desnudas para entrar en el Metropolitan? Menos del 5% de artistas de la sección
de arte moderno son mujeres, pero el 85% de los desnudos son femeninos’. Esta proclama
feminista, lanzada por el grupo ‘Guerrilla Girls’, señala el
problema del arte en un mundo de hombres: el escaso número de mujeres artistas
y su sumisión en un escenario inclinado e injustamente patriarcal. Hace treinta
años del nacimiento de este colectivo reivindicativo femenino, y cuarenta de la
publicación del célebre artículo de Laura Mulvey que desentrañaba la
subordinación de la mujer al ojo masculino dentro de la industria
cinematográfica.
Es un hecho que a lo largo de la
historia, la mujer fue considerada menor de edad, sin derecho a tomar decisiones
aún cuando éstas le concernían a sus intereses, como tampoco hay duda de que
las creencias religiosas potenciaron esta discriminación y subordinación. No es
preciso hacer un viaje muy lejano en el tiempo para comprender que la mujer es
víctima de leyes propuestas y aprobadas por encorbatados señores de ideología
sospechosa.
Así, la historia, y consecuentemente el
arte, se convirtió en la narración del protagonismo del hombre frente a la
mujer, y ahora, en cierto modo, ésta está obligada a resarcir su carga ‘filosofando a martillazos’.
En 2008, la artista jienense Cristina Lucas emprendió el más difícil
de sus proyectos: se propuso destruir, a base de martillazos, una copia a
escala de El Moisés de Miguel Ángel,
en su performance documentada en
vídeo Habla. ¿Y qué mejor obra para ‘rendir cuentas’ que la imagen colosal del legislador hebreo, padre
de una tradición que incomoda a la mujer?
La leyenda de la creación de El Moisés,
nos lega la imagen de un artista, tan orgulloso como furioso, que tras
finalizar su obra golpeó con el martillo la rodilla de aquel coloso en un
intento inútil de levantarlo de su asiento y de hacerlo hablar. Sea o no cierta
esta anécdota, para la artista andaluza este hecho inicia la performance que ella misma trataría de concluir.
La performance, no sólo recrea aquel
mito del Renacimiento, sino que lo continúa dentro de la Postmodernidad, en un
violento diálogo entre artista y escultura.
‘Algo debía decirnos Moisés a todos nosotros’, dice la artista. Se apropió y
destruyó la obra del genio, para demoler con ella también el arte del pasado y
sus prejuicios. Aquel barbado líder y profeta se convierte en la víctima
perfecta de la mujer que quería cortar con el pasado; se transforma en la metáfora
freudiana del Padre que había que matar
inconscientemente para eliminar la autoridad, y en general, aquello que priva
de libertad y capacidad de opción.