5. LOS EMBLEMAS
5.1 Emblema 1. Armonía de Dios
Armonía
de Dios, ¿pero un músico del siglo XVII tenía la misma noción que un músico
contemporáneo? Para empezar hemos de dilucidar lo que un estudioso de la música
entendía por armonía. Si bien, en la actualidad, el arte de la armonía versa
sobre la simultaneidad de los sonidos, en cambio en el siglo XVII como en los
precedentes, la armonía era más bien la relación entre las distintas voces que
componen una obra para varias líneas melódicas, o lo que es lo mismo: el
contrapunto.
El
primer emblema que compone el prólogo de las misas está dedicado a la relación existente
entre Dios Padre, María Inmaculada y Virgen, Jesús y la humanidad, pero la indiscutible
protagonista del emblema es sin duda, María. San Bernardo, que comentó tan
ampliamente el Cantar de los Cantares, aplica a la Virgen todas las metáforas,
la adorna con todos los nombres graciosos y misteriosos que encuentra en la
Biblia. Ella es la zarza, la estrella, la vara florecida, el vellón, la cámara
nupcial, la puerta, el jardín, la aurora, la escala de Jacob. Nos la muestra
prefigurada en todas las páginas del Antiguo Testamento.
¿Por
qué es María la principal valedora del emblema? Además de la evidencia de una
España mariana que intentó por muchos medios llevar a la Santa Sede el Dogma de
la Inmaculada Concepción, es muy conocida la piedad que el hermanastro del rey
Juan José de Austria profesaba a la Virgen, quien intentó convertir a la
Inmaculada en un estandarte sacro-político.[1]
Por
eso, el íncipit de la melodía circular, que da comienzo en el sol dibujado en
su centro, parafrasea el inicio del Kyrie Rex
virginum Amator Deus utilizado en la época para las fiestas de la Virgen. El
emblema viene acompañado de unas anotaciones claves para interpretar
correctamente su interpretación. Las palabras nos dice:
“Omnia per ipsum facta sunt.
Et qui creavit me requievit in tabernaculo meo, de qua natus est Iesus qui
vocatur Christus”.
Además
dice:
“María Santísima conçebida sin
pecado original: alegoría armónica en que forma un dúo (singular en lo común)
con su sacratísimo hijo cuanto es permitido a la infinita distancia de criador
a pura criatura por raçón de la feliçísima maternidad; naze una voz de otra
quedando ilesa”.[sic]
Por
otra parte, en el texto bajo el pentagrama y en la estrofa izquierda del
interior del círculo se alude a la pureza de María que anda sólo por las notas
blancas. Es decir, con todos los elementos anteriores Vado conjuga tres
misterios: el hecho de que el creador (la primera persona de la Trinidad) sea,
a la vez, gestado (como segunda persona) por la criatura del primero; la virginidad
de María; la Concepción Inmaculada de ésta. Por último, en la leyenda inferior
se establece el paralelismo entre Dios y la naturaleza humana que, como creada
a su imagen y semejanza, imita a aquél. Las tres estrofas restantes del círculo
refuerzan las analogías anteriores (no sin algunas incongruencias desde el
punto de vista musical).
El
resultado del emblema ya descifrado es un doble dúo que forma una composición a
cuatro voces de la manera siguiente. La melodía entera, la única de las voces
que comienza en el principio y continúa sin silencios importantes hasta el fin,
representa a Dios Padre que, como Creador y como origen y fin de todas las
cosas, incluye la melodía de María. Por otra parte, la naturaleza humana imita
al Creador, la melodía entera de Dios Padre es imitada a la quinta superior a
distancia de cuatro blancas por el tiple. La melodía de María, antes mencionada,
está formada por las figuras blancas solamente, pues ha sido concebida
inmaculada, sin pecado original y canta el texto “Tota pulchra es amica mea et macula non est in te”, diferente al
texto de la melodía principal. La melodía de María da a luz a la melodía de
Jesús, produciendo un dúo a distancia de tres blancas “quedando ilesa”, o sea, virgen, pues este dúo mantiene las figuras
blancas de la melodía principal. Ambos dúos citados se yuxtaponen quedando
configurada la composición a cuatro voces.
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Emblema nº 1. Armonía de Dios |
5.2
Emblema 2. Real Casa de Austria y de Borgoña
Nos
encontramos ante el emblema más simétrico de la colección de Vado. Si partimos
con un eje de la parte superior a la inferior quedan configuradas dos mitades
perfectamente contrapuestas. Los bastones de la Casa de Borgoña, las aves, y la
corona, son perfectamente simétricos.
Para
la realización del segundo emblema, Vado se sirve de los diseños, un tanto
estilizados, de la corona imperial y los bastones de Borgoña. Al colocar la
corona imperial, Vado se rinde ante su patrón midiéndolo con su tatarabuelo el
emperador Carlos V, Carlos I de España, a quien debe equiparar en grandeza este
segundo Carlos. Los bastones en forma de Cruz de San Andrés, donde le sirve
para configurar la realización musical, es el símbolo de la organización
principal de la casa real española desde Felipe I el Hermoso. El lema del
emblema, bajo los pentagramas, también declara el procedimiento
contrapuntístico a emplear: “Qui non est
mecum contra me est”.
Todo
este triunfalismo se resuelve en una composición a seis voces basada en el
movimiento retrógrado o cancrizante.
Las voces 1 y 2 salen de un mismo bastón, cantando una de izquierda a derecha y
otra de derecha a izquierda, simultáneamente. Las voces de 3 y 4 salen del otro
bastón, en la misma forma, pero a distancia de dos redondas con respecto a las
anteriores (a causa de cada silencio colocado fuera de los bastones). La voz 5
es la corona en el sentido de las agujas del reloj, mientras que las 6 es la
misma en sentido contrario. La melodía de la corona está formada por las seis
primeras notas y las tres últimas de cada bastón.
En
este emblema no hay texto literario aplicado al musical. Si en el anterior, y
en casi todos los que siguen, la letra no se adapta del todo bien a la música,
cantando casi siempre de manera forzada, el que nos ocupa está completamente
fuera de lugar imaginar alguna, porque la escritura es claramente instrumental,
como demuestran los frecuentes saltos, las notas repetidas y la disposición
arpegiada. De hecho, tanto el perfil melódico como la extensión (sol-sol”) son especialmente
idóneos para un violín, instrumento más que conocido por Juan del Vado y que en
estos precisos años 1677-1679, los de la regencia de Juan José de Austria y los
de la composición de los emblemas, estaba cobrando una importancia decisiva en
la casa real española. Lo anterior es válido para los bastones. El caso de la
corona parece, sin embargo, distinto, ya que M/1325 Vado, coloca el lema “Vadam et Veniam” bajo la música de los
bastones y “Qui non est mecum contra me
est” bajo la corona, a las que se adaptan bastante bien. El resultado es
una composición para dos voces y cuatro instrumentos o prescindiendo del texto,
para seis violines.
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Emblema nº 2. Real Casa de Austria y de Borgoña
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5.3
Emblema 3 y 4. Rueda
de la Fortuna ínfima. Rueda de la Fortuna sublime
En
los emblemas 3 y 4 Vado hace una diferenciación entre arte como artificio, y la
naturaleza. Ambos emblemas tienen la semejanza de la rueda de la fortuna donde
se circunscribe la música, encerrando unas aves. En el llamado Rueda de la
Fortuna ínfima, escribe:
“Quien viere a un papagayo con
auditorio le juzgará por el sabio de las aves, siendo sólo un parlero
charlatán. Aquí se vee cuánto exçede el arte a la naturaleça, pues no sólo
hablar, mas cantar un tono en deducçión afinada con sus quiebros se ha visto y
oído en palaçio, de que depongo como testigo. Y lo que exçede a toda admiraçión:
vi y oí tres páxaros canarios que formaban conçiones con el silbo en
perfectísima deducçión enseñada con una flautica muy pequeña por un diestro
flamenco, donde se vio competida la naturaleça humana de la irracional (si no
exçedida). Tanto puede el arte que adquiere naturaleça superior, y si esto es
fortuna en las çiençias se halla.”[sic]
Para
entender el cometido del emblema, debemos saber que el papagayo reproduce hábilmente
los cantos que él se proponga, aunque sin comprender lo que realmente reproduce
su destreza. El lema del emblema es una pista clave para comprender la
ejecución de la composición. Aparece anotado en su interior: “Exçede el arte a la naturaleza”. La
ilusoria habilidad del pájaro aparece representada en la ilustración por la
rueda de la fortuna, que procede de forma ascendente siguiendo el procedimiento
de quintas del sistema hexacordal de “mutanzas”, que a su vez, representa las
mudanzas de Fortuna. Con todo ello resulta una obra a cuatro voces, desde el
bajo, la voz que inicia la composición, hasta el tiple, la voz superior.
A
diferencia del anterior, en el emblema 4, de la Rueda de la Fortuna Sublime, el
magisterio del ruiseñor, a la izquierda, es disputado por un mal imitador, el
arrendajo:
“Es el ruiseñor poco a la
vista, mucho al oído, ave tan sençilla como sonora, y, con no ser nosçiva, no
le falta su contrario: eslo el arrendajo, ave que le remedia el canto pero mal
imitado, y, aunque presume competençias, al fin descubre la villanía de sus
ruínes vueltas, que es muy propio de los arrendajos querer competençia de el
rústico dios Pan con el divino Apolo. También le ponen pleito a su magisterio
algunas pinturas, dándosele a el búho, no sé por qué, si ya no es porque las
aves a fuer de rústicas le intentan sacar los ojos por verle en la cáthedra.
Consuélese el ruiseñor con serlo, pues no es poca fortuna el mereçerla, y, si
fuere varia en lo común, en la singular discreción contará tantos triumphos
cuantos contrarios.”[sic]
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Emblemas nº 3 y nº 4. Rueda de la Fortuna Ínfima y Sublime. |
La
rueda de la fortuna es aquí, aunque injustamente, descendente desde el tiple
hasta el bajo se logra una versión a cuatro voces cantando por quintas
descendentes. La solución a la querella entre las aves y al antagonismo entre
arte y naturaleza vendrá en el emblema 6, donde Vado se identifica con el
ruiseñor bajo el lema triunfal “Exçede la
naturaleza al arte”.
5.4 Emblemas
5 y 6. El
Hércules peregrino. El Carlos
Es
evidente la semejanza y la relación entre uno y otro emblema en la utilización
de las columnas. Al igual que los dos emblemas anteriores, los dos últimos
emblemas se hallan enlazados en el sentido iconográfico y por el soporte las
columnas de Hércules. En el interior de las columnas, Vado ha escrito el lema “Vado et venio”, esto es, firmando su
obra al incorporar su nombre en el lema, y por tanto, con la estima suficiente
de un artista. El lema, como se ha señalado en emblemas anteriores, le sirve
para ilustrar el procedimiento en que se basan todas las soluciones de ambos,
es decir, el movimiento por inversión interválica.
“El haçañoso Hércules tebano,
en una de sus peregrinaçiones, erigió por término aquellas dos columnas tan
çelebradas, Ábida y Calpe, en lo último del mar mediterráneo con la inscripción
“Non plus ultra”, pareciéndole que no se podía pasar de allí. Lo mismo me
sucedió cuando fabriqué este canon, viéndole tan copioso que multiplica hasta
63 casos, pareciéndome imposible hallar otro tan fecundo. Y, como a Hércules
suçedió el feliz Colón que descubrió las Indias Ocçidentales, que tomando por
divisa las mismas columnas adelantó la inscripçión con su dicha poniendo “Plus
ultra” por mote, así me suçedió con otro pensamiento que es el canon que se
sigue a éste, el cual contiene 82 casos, que puse debajo del real nombre de mi
dueño, rey, señor y disçípulo, por debida gratitud y por authoriçar mi obra. Y,
pues no faltó a mi corto caudal Colón que adelantase este canon, se pueden
animar los ingenios a descubrir nuevas Indias como otro Magallanes.”
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Emblemas nº 5 y nº 6. El Hércules Peregrino y El Carlos. |
Así
que a las 63 versiones posibles del emblema 5 siguieron las 82 del emblema 6
con el lema “Plus ultra”. Pero he
aquí que este último y las columnas fueron adoptados por el emperador Carlos e
incluidos en su escudo de armas. Así, pues, los dos emblemas funcionan como una
exaltación del Hércules borgoñón. Finalmente, en los versos que encabezan el
emblema 6 el destinatario del libro, Carlos II, queda identificado con el
primer Carlos de España, el emperador. De este modo, Carlos I, Carlos II, el
compositor Juan del Vado, el ruiseñor y la naturaleza habitan, todos ellos, un
espacio de poder y virtud.
[1] ALVAREZ OSSORIO ALVARIÑO, Antonio. La
sacralización de la dinastía en el púlpito de la Capilla Real en tiempos de
Carlos II. Criticón (2002) pp. 313-332.
ARteStética @therestisnoise_
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