Johns y Rauschenberg: los pioneros
Jasper
Johns no se adapta a la categoría del pop
mejor que Robert Rauschenberg. Sin embargo, ambos prepararon el camino para el pop art, produciendo en el proceso un
conjunto de obras maestras pictóricas y gráficas cuya extraordinaria calidad no
fue igualada por ningún otro artista de su generación, ni siquiera por artistas
de más edad, como Roy Lichtenstein. Tal vez alguien casi comparable a ellos fue
el elaborador de objetos Claes Oldenburg que, como Johns y Rauschenberg,
procedía de la action painting y
tenía en común con el pop poca cosa
más que su elevación de lo trivial a la categoría estética (siguiendo ejemplos
desde el colage cubista hasta el
dadaísmo), una negación de los órdenes jerárquicos en el arte, y una
presentación simultánea, de inspiración surrealista, de imágenes dispares y
mutuamente contradictorias. En especial en sus primeras obras, la frontera
entre pintura y escultura aún era permeable, pero a medida que avanzaba su
carrera, el objeto tridimensional fue ocupando el primer plano cada vez más.
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Claes Oldenburg |
En
Johns también tiene un papel fundamental la inclusión de objetos y utensilios
cotidianos y reales (periódicos, reglas, alambre, tenedores, palas). La
realidad externa penetra perturbadoramente en la realidad de la superficie
pictórica. Los temas sublimes y las ilusiones visuales agradables producidas
por trucos de perspectiva se encuentran completamente ausentes de su obra. La
frontera entre la realidad del objeto representado y la realidad de la representación
se desvanece; el cuadro se convierte en un objeto por derecho propio. El tema del
artista se extrae sólo del contexto de lo convencional, lo mundano, con lo que
estamos familiarizados ya lo que apenas prestamos atención. Los motivos son
diseños sin significado, por así decirlo. El hecho de que puedan despertar de
nuevo nuestro interés se debe a la alienación a que los somete Johns. Este proceso
va contra toda escala de valores recibida, sea temática o estética. Se interesa
sólo por los hechos liberados de valores; los objetos banales tienen la ventaja
inestimable de ser impersonales y neutrales. Y como ya existen, no hay
necesidad de inventarlos: números y letras del alfabeto, dianas, mapas, láminas
de madera, diseños banales sobre paredes de edificios o en los lados de camionetas
de reparto. En consonancia con la banalidad de estos motivos, la figura humana
apenas aparece en la imaginería de Johns, a menos que sea en forma de moldes
fragmentarios o, de forma más rara, de perfiles de miembros humanos vagamente pintados.
Todo
esto parece muy pragmático, y seguramente refleja un enfoque sensato de la
realidad que tal vez es típicamente americano. Sin embargo, es lo que hace
Johns con sus temas superficialmente banales lo que da a su arte una categoría incuestionable.
Por ejemplo, la bandera americana sigue siendo la de barras y estrellas (a
pesar de que el número de estrellas pueda estar equivocado) al transferirla a
la tela. No contiene un significado más profundo ni metafórico más allá de lo
que ya transmite. Pero, a la vez, la bandera se convierte en parte de una
pintura abstracta. Cuando le preguntaron, provocadoramente, ¿Es una bandera o un cuadro?, Johns,
lógicamente, se negó a responder. Le interesaba el tema de conseguir un nuevo
punto de vista sobre los objetos banales o, como dijo, una cosa que no era lo que era, el hecho de que se convirtiera en algo
diferente de lo que es, cualquier momento en que uno identifica con precisión
una cosa y la desaparición de ese momento.... Al final, plantea la cuestión
de la fiabilidad y la sustancia de nuestra percepción de la realidad, a menudo
unidireccional y fugaz; investiga la relación de las percepciones e ideas con
los fenómenos reales. Un radical escepticismo que no da nada por supuesto es la
fuerza motriz que está tras su creatividad.
Como
gran pintor de naturalezas muertas, como Manet cuando representa un manojo de
espárragos, Johns confirma de una forma nueva y muy personal la antigua verdad
de que el gran arte no depende de la importancia o la grandiosidad del tema.
Por el contrario, incluso se podría decir que cuanto más humilde sea el tema,
más libertad tenemos, como espectadores, para concentrarnos en la calidad del
cuadro. Muchas de sus obras fueron realizadas con la técnica del encausto, una
mezcla de pigmento y cera caliente, derivada del procedimiento que se usaba los
antiguos retratos coptos de momias. Esta técnica permite una rápida ejecución y
facilita la aplicación de una capa tras otra, procedimiento que Johns usa a
menudo y que proporciona al cuadro el carácter de un objeto, aunque no se
incluyan en él objetos reales.
Sin
embargo, la paleta y la maestría en la composición indican que es más un pintor
que un elaborador de objetos. Los colores tienen tal riqueza y sutil
diferenciación cromática, la estructura serial o no serial de sus cuadros, con sus
focos de interés múltiples, es tan convincente y la variedad de interrelaciones
y armonías, tan coherente, que sus obras pueden estar junto a las mejores del arte
francés.
En
cambio, los cuadros de Edward Ruscha, a pesar de que, como admitió una vez, los
cuadros de Blancos de Johns hacen
pensar en la preparación de una bomba atómica, combinando pintura con
tipografía y rotulación, y a veces usando elementos cinéticos, tienen una atmósfera
mucho más fría que las de Johns. Siempre planificadas cuidadosamente, parece
que eviten transmitir cualquier emoción sobre el tema que tienen entre manos.
Robert
Rauschenberg, compartió una casa con Johns en los años cincuenta y sacó gran
provecho de las sugerencias de su amigo. Como la de Johns, su obra muestra una
combinación de elementos de action
painting con el neodadaísmo, en especial reminiscencias de los colages de diversos materiales de Kurt
Schwitters y de los ready-made de
Duchamp. También manifiesta influencias surrealistas en el uso de objetos
existentes (objets trouvés) y la
explotación de las confrontaciones absurdas del estilo del famoso encuentro de un paraguas y una máquina de coser
sobre una mesa de disección de Lautréamont.
Ejemplos
clásicos de los nada clásicos combine
paintings (cuadros combinados), en que se mezclan la pintura, el colage y los objetos, son Monograma, obra de técnica mixta tendida
en el suelo y monogramada por una
cabra disecada con un neumático alrededor del cuerpo, y Odalisca, que hace referencia al cuadro de este título de Ingres,
aunque de forma muy indirecta, y consiste sólo en un cojín con una columna
donde está una caja iluminada con reproducciones de cuadros eróticos de maestros
clásicos. En lo alto de la caja se pavonea un gallo disecado, símbolo de la
masculinidad arrogante.
Estas
obras, como el estante con tres botellas aladas de Coca-Cola de 1958, o los
bronces pintados de cerveza Ballantine de Johns, son hitos del neodadaísmo
americano y, al mismo tiempo, anticiparon los futuros temas característicos del
pop art: el triunfo de lo trivial sobre
lo sublime, como en la Mona Lisa con bigote de Duchamp, la ruptura de la
barrera entre pintura y objeto, la representación y utilización de materiales e
imágenes banales y producidos en masa, y la mezcla de original y reproducción.
La afinidad con Schwitters es inequívoca. Sin embargo, el artista americano va
mucho más lejos que su ídolo europeo en la radicalidad de su procedimiento
aditivo y en la renuncia a un centro de interés compositivo, en una austeridad
de medios con una completa ausencia de armonía en el sentido tradicional y,
finalmente, en los formatos expansivos y monumentales de sus obras. En
comparación con las manifestaciones ingeniosas y nihilistas de Duchamp, a su
vez, las obras de Rauschenberg tienen un encanto más sensual y perceptivo.
Cuadros históricos para la era
contemporánea
Los
orígenes de Rauschenberg en el expresionismo abstracto siguen siendo visibles
incluso en los combine paintings. Las
pinceladas de los pasajes pictóricos son más vehementes que las de Johns, y
siguen siendo legibles como tales incluso en el contexto de montajes de
fragmentos de realidad que representan algún motivo general. Ejemplos de ello
son Wall Street (1961; Colonia,
Museum Ludwig), donde el distrito financiero es representado por un capitel
corintio, un muro y una manguera, y First
Landing Jump (Nueva York, The Museum of Modern Art), del mismo año, con sus
evocadoras prendas de vestir, equipo eléctrico, cable, neumáticos de coche,
vigas de madera y elementos de cuero y de metal.
La
ruptura entre dos generaciones de los artistas americanos tuvo su momento
histórico en la biografía de Rauschenberg. En 1953 borró un dibujo de Willem de
Kooning que le había dado su amigo, mayor que él, y dio a la hoja en blanco el
título de Dibujo borrado de De Kooning.
Por supuesto, De Kooning fue al principio un ídolo para él, quien le debía
mucho. La evidencia de un inentso interés por él se observa sobretodo en las
obras de Rauschenberg de los años cincuenta, con su mediación sin precedentes
entre la imagen y el objeto, la realidad y el arte, el original y la reproducción,
las series y la obra única. Así, el ataque del joven artista con la goma de
borrar representó un acto de liberación, pero también un gesto de despedida del
expresionismo abstracto y su culto al yo y la subjetividad, de la pintura
tradicional en general y, también de la composición tradicional de cualquier
tipo.
A
partir de entonces, la intención de Rauschenberg fue combinar el arte y la vida.
Para él, la pintura siempre implicó a ambas realidades y, en todo momento, si
bien con acentos diferentes, intentó trabajar en el espacio entre ellas. No
quería que un cuadro pareciera lo que no era, dijo Rauschenberg en cierta
ocasión, y sus palabras se convirtieron en famosas. Creía que un cuadro sería
más real si era formado por partes de realidad.
Mientras
que las diversas fases del desarrollo de John se caracterizaron sobre todo por
la concentración y la atención progresiva, Rauschenberg cambiaba mucho más a
menudo sus motivos, formas y materiales. Hay una gran distancia entre las obras
rudas y ásperas de su primer período y los combine
paintings, las elegantes serigrafías, los ensamblajes, objetos y cartones
conceptuales y las instalaciones de finales de los años sesenta y principios de
los setenta, que incluyen el espacio y los efectos auditivos como elementos constituyentes.
En obras como Soundings, de 1968
(Colonia, Museum Ludwig), el arte se ve alterado por el comportamiento del
espectador. Si uno habla o aplaude, la caja de plexiglás reacciona proyectando
diversas secuencias de vídeo que representan sillas.
En
el caso de Combine paintings como Mercado negro, se invitaba al espectador
a cambiar la maleta que formaba parte de la obra por cualquier utensilio banal
suyo, a señalarlo con el número del objeto sustituido y a registrar el cambio en
uno de los cuatro blocs de notas. La idea no funcionó, porque los espectadores
sólo siguieron el primer paso de las instrucciones y omitieron sustituir los
componentes que se llevaban por otros. En todo caso, la idea de la obra, lo que
Armin Zweite ha llamado un continuo
cambio de perspectivas, era típico del enfoque de Rauschenberg. A partir de
los ochenta, de forma similar al Picasso tardío, empezó a obtener inspiración
en su propia obra previa, volviendo a motivos, técnicas y materiales de obras
anteriores y combinándolos con nuevas experiencias y conocimientos obtenidos en
su relación con el espacio y los materiales, la historia y los acontecimientos
del momento. Naturalmente, en un artista de una productividad tan grande como
Rauschenberg, una cierta irregularidad en la calidad es inevitable.
Su
afición a las citas se vio siempre complementada por un placer en la experimentación.
Su optimismo se redujo considerablemente en su intento ambicioso e ingenuamente
visionario de construir un puente entre el arte y la tecnología en la serie EAT
(Experiments in Art and Technology),
comenzada en 1966. Los promotores industriales del proyecto pronto perdieron
interés en él cuando descubrieron que no les supondría beneficio alguno.
El
resultado inmediato fue una crisis artística y personal que, a pesar de
mantener a Rauschenberg apartado de los titulares por un tiempo considerable,
no le impidió, en 1984, concebir un proyecto aún más ambicioso, dirigido ni más
ni menos que a facilitar el entendimiento internacional a través del
intercambio cultural: Rauchenberg Overseas Culture Interchange, o ROCI, en
versión abreviada. El artista invirtió todo su dinero en este proyecto, y
cuando la monstruosa exposición itinerante de los viajes vinculados a Chile,
México, Cuba, China, Japón, la antigua Unión Soviética y Berlín, justo después
de la caída del Muro, amenazaban con agotar sus fondos. Rauschenberg rompió con
el que había sido su marchante durante mucho tiempo, Leo Castelli, e intentó
lograr la ayuda del igualmente legendario y controvertido multimillonario
Armand Hammer y de la galería Knoedler.
ROCI
demostró que el mantenimiento por parte de Rauschenberg de la distancia
artística, su renuncia elocuente al patetismo y a la gesticulación, no tenían
nada que ver con la indiferencia moral, y todavía menos con el cinismo -real o
fingido- de la obra de su amigo Warhol. Aunque fue incapaz de curar los males
del mundo con valiente empresa, Rauschenberg hizo lo máximo que puede hacer un
individuo para reunir personas y culturas diferentes y divergentes. Su ética
artística se manifestó de forma destacable en su renuncia al valor de uso de
las cosas, con lo que recuerda a Tinguely, pero sin llegar al extremo de
convertir lo cotidiano y vulgar en un fetiche.
Puede
que haya habido inventores más grandes que Rauschenberg en la historia del
arte. Nunca fue un artista vanguardista en el sentido posmoderno, durante tiempo
sobrevalorado, del término. En su pensamiento y su afición al experimento y la
cita, Rauschenberg fue, exactamente, un combinador,
alguien que conservó su independencia y libertad de movimientos en una época
dominada por los especialistas. Siempre fue un solitario, capaz de combinar una
gran sensibilidad por las realidades del momento con una imaginación
visionaria: un utópico sin ilusiones. En sus últimos cuadros y objetos,
Rauschenberg hizo balance de una larga y rica experiencia visual. Sin embargo,
aunque conservan vitalidad y no dejan de tener inventiva, revelan un cambio de
énfasis hacia el encanto estético y la elegancia en la ejecución, sin negar o
falsificar el mundo real en que vivimos.
Fragmentos de realidad
James
Rosenquist es otro ejemplo de artista americano cuyas raíces estaban en el
expresionismo abstracto. Aunque para él una experiencia muy diferente y más
mundana resultó crucial: ganarse la vida como pintor de carteleras de cine.
Suspendido por encima de las calles de Nueva York en un andamio desvencijado,
con la extensa superficie a pintar ante sus narices, Rosenquist la cubría
mecánicamente de colores estridentes, a menudo trabajando como si estuviera en
trance. La representación realista, vista muy de cerca, se transformaba en un
patrón abstracto. Éste fue el descubrimiento que Rosenquist explotó en su
propia obra pictórica. La irritación visual resultante, que se observa en los
cuadros y environments de gran
formato posteriores, era intencionada.
Presentaba
fragmentos de realidad de gran tamaño, a menudo mayor que el natural,
claramente definidos. Sin embargo, en lugar de ser aislados y mutuamente independientes
como en Rauschenberg, cada fragmento siempre estaba conectado con los que le
rodeaban. El mismo fragmento de realidad, un pincel, la parrilla de un
automóvil, un secador de pelo, una montaña de espaguetis, una estrella de la
pantalla, un avión de combate, puede funcionar simultáneamente como motivo
central en un campo del cuadro y como contexto transicional en otro. Cada
pasaje de sus composiciones, a diferencia de los de sus colegas pop, está relacionado con el siguiente,
interrelacionado, interdependiente. Los objetos representados no están solos,
sino que forman parte de un contexto general de significado. Entre sus amigos
íntimos en pleno apogeo del pop se encontraba, significativamente, el pintor
abstracto Ellsworth Kelly, pero ninguno de sus colegas practicantes del pop.
A
diferencia de su gran predecesor, Rauschenberg, Rosenquist no tenía intención
alguna de llenar el espacio existente entre el arte y la vida. Trazó una línea
divisoria clara entre ambos. En lugar de dedicarse a representar experiencias
existenciales, intentó transmitir un nuevo tipo de experiencia que se podía
obtener dentro del mundo artificial de la publicidad y el consumismo. Cuando
representaba un anuncio de cigarrillos con Joan Crawford, de nuevo en un
fragmento monumental, no pintaba un retrato de la famosa estrella de la
pantalla, sino una reproducción de su imagen como si estuviera manipulada con
intenciones publicitarias. Estos cuadros funcionan a diversos niveles de
significado y muestran a una mujer que, tras ser estilizada como ídolo de
masas, vuelve a ser manipulada y degradada hasta convertirla en un motivo de marketing dirigido a aumentar las
ventas.
Lo
que pintó Rosenquist durante sus años más prolíficos no refleja el acercamiento
entre la inteligencia política y artística que parecía posible durante la breve
época de Kennedy. El escepticismo de Rosenquist no fue afectado por
pensamientos optimistas de este tipo.
Larry
Rivers es un lobo solitario que se escapa a la categoría del pop. Sus actividades artísticas no empezaron
en el campo de la pintura, sino como saxofonista de jazz. Rivers se disponía a
estudiar música en la célebre Escuela Julliard de Nueva York antes de decidir
espontáneamente, fascinado por el retrato de un violoncelista de Braque,
convertirse en un artista. Esto sucedió en 1945, cuando Rivers tenía veintidós
años. También admiraba a Richard Lindner, a cuya influencia inspirado se
refirió reiteradamente, diciendo que sentía una relación espiritual con este
pintor de más edad. A pesar de que también respetaba a Oldenburg, Rauschenberg y
Warhol, Rivers siempre fue un marginal en el panorama artístico. Como demuestran
incluso sus primeros cuadros de los años setenta, el artista se inspiraba en la
imaginería del arte comercial, a partir de cuyas representaciones tópicas
desarrolló sus propias y personales ideas visuales. Lo que distingue a Rivers
de los protagonistas del pop art es una conexión íntima y continua con las
fuentes del expresionismo abstracto, tal como se manifestaron en los gestos enérgicos
de De Kooning. Se podría decir que Rivers escapa a cualquier etiqueta estilística
o de la historia del arte.
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