Puesto
que nuestra realidad estaba más que superada por la fotografía y el cine, los
artistas del surrealismo entendieron que debían recurrir a la enorme riqueza
del inconsciente y darle rienda suelta a su imaginación. Así, podemos permitirnos,
como el pintor Magritte, imaginar un espejo que refleja la imagen de espaldas
de un personaje que le muestra su cara;
o un reloj cuyo segundero, de repente, se mueve en dirección contraria a la
acostumbrada. Esta sensación desconcertante que perturba nuestra rutina, origina
el sentimiento de lo siniestro; una incompatibilidad entre lo que nos era
familiar y nos retorna extraño y sombrío.
Sin
embargo, lo siniestro por antonomasia lo experimentamos en el muñeco; un objeto que
en nuestra más tierna infancia le suponíamos vida autónoma, pero cuando esta
idea regresa a nuestra vida adulta se convierte en una experiencia diabólica, contraria
a aquel paraíso perdido de la niñez.
La
obra surrealista de Hans Bellmer
(1902-1975) es característica de este fenómeno inconsciente. Sus deformes muñecas-maniquíes que recogió en su obra fotográfica,
se sitúan en el límite entre lo vivo y lo no vivo. El artista parece que tuvo
la intención de dar a creer que sus muñecas poseen vida, algo que viene reforzado
por sus posturas marcadamente complejas y sus gestos cargados de erotismo desinhibido.
Pero por otro lado, al artista no le incomoda acentuar el mecanismo artificial de
las articulaciones de estos maniquíes. Entonces, ¿dónde surge lo siniestro en
estas obras? Esa extrañeza viene originada no por estas muñecas sino por el espacio
donde se ubican. La muñeca-maniquí
aparece en un lugar familiar e íntimo del corazón de una casa, como lo puede
ser una escalera. Esta presencia de lo
extraño en lo íntimo origina lo siniestro.
Esta
nueva estética del siglo XX liberaba los deseos e instintos reprimidos del
inconsciente, emergiendo por encima de una sociedad que manifestaba un yo malherido. Las fatídicas muñecas,
cuyas amputaciones y deformidades escandalizaban el cuerpo ideal del régimen
nazi, le llevaron, junto al resto de artistas modernos, a ser considerado por
el III Reich como un artista degenerado.
Álex
Bernal
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