Si
la propia trayectoria del óleo L’origine
du monde de 1866 del pintor realista Gustave Corubet fue un verdadero
escarnio a la decencia parisina, la performance de Deborah de Robertis que
reinterpreta el lienzo, puede hacernos recordar esa vergonzosa existencia a
ojos del rancio decoro. Bajo el nombre Miroir
de l’origine[1]
en el Musée d’Orsay, la artista consiguió,
además de ser noticia en la prensa mundial, una demanda por exhibicionismo.
Fue
el pasado día 29 de mayo, y a sus 30 años de edad, cuando cometió la que hasta
ahora es su actuación más provocativa de cara, no al público, sino a la
institución del museo. La artista, con paso seguro, accedió a la sala de la
pinacoteca parisina donde está instalada la mencionada obra de Courbet, engalanada
con un vestido dorado de lentejuelas y sin ropa interior, se colocó sentada
sobre el parquet y bajo la obra citada, con las piernas abiertas y mostrando su
sexo abierto. En ese mismo instante, el personal de la galería instó a la joven
para que cesara su actividad mientras el público rompía en un espontáneo y
sincero aplauso. Viendo que la artista se resistía al reclamo de concluir la
performance, los operarios del museo emplazaron un bastidor para ocultar lo que
a la institución del museo parecía le escandalizaba. La performance fue
recogida en un video que un compañero filmó, y se acompañó con el conocido lied ‘Ave
Maria’ de Franz Schubert y una continua letanía de los versos que siguen, otorgándole
un aura meditativo.
Yo soy el origen
Yo soy todas las mujeres
No me has visto
Quiero que me reconozcas
Virgen como el agua
Creadora de esperma
Engalanada
como una estrella de cine, la joven se desprendió de ese fulgor del star-system, para revelar lo que el cine
de Hollywood niega, es decir, lo real. El convencionalismo se sostiene en torno
a ese vacío innombrable que no se debe mostrar, puesto que si accedemos,
nuestros prejuicios actúan. Es por lo que una característica esencial del arte
contemporáneo, es su lucha constante por ir desprendiéndose del marco,
entendido éste, no como mero adorno, sino como aquello que distancia la lejanía artística, de la esfera de lo
real. No pretendo dar importancia al marco de la obra de Courbet, pero sí sugerir
su color, el mismo utilizado en el vestido de la artista. Ésta se desprende de él
como, puede pensarse, se desprende el arte de sus prejuicios y de las ataduras de
la apariencia, desmarcándose de sus viejos
tabúes.
El
arte actual parece escaparse de nuestros límites aceptados; es provocativo,
insultante y obsceno, ya no está vinculado a la moralidad, como tampoco lo está
a lo bello, y en ocasiones recurre a lo abyecto. De ahí que la confrontación entre
música de carácter indiscutiblemente religiosa, y la visión de la joven
abriéndose la vulva, podría interpretarse como una reyerta entre lo sublime
artístico, frente ‘aquello que debe permanecer oculto’; como una simple desacralización de lo religioso o, por
qué no, una sacralización de lo antes
reservado.
La
artista intenta trascender el simple realismo fotográfico del pintor para ir más
allá de la visualidad del lienzo. Ante la actitud de los operarios del museo,
se entiende que lo real todavía
escandaliza, necesita de una pantalla protectora que dome la mirada y que eleve
nuestra visión a categoría artística. Deborah dice que Courbet no ha ido más
allá de la realidad, nos muestra el sexo femenino pero cerrado y oculto al
espectador, en cambio dice: la
performance no refleja el sexo, sino el ojo del sexo, el agujero negro. Mantuve
mi sexo abierto con las dos manos para revelarlo, para mostrar lo que no se ve
en el cuadro original[2].
No es una recreación de la obra, es, más bien, una superación.
La
historia de las grandes avanzadillas del arte es también la historia de los
grandes escándalos; desde los ‘demasiados cercanos’ santos de Caravaggio, las exposiciones
impresionistas al margen del salón oficial, o las enormes desavenencias entre Institución y Vanguardias durante el siglo XX. No es una performance en el
sentido de acción feminista como lo puede ser la obra de Carolee Schneemann,
sino que es una reflexiva contemplación zen. No hay pudor, tan sólo pureza y ‘lo
que debía estar oculto’ se hace, en este caso, doblemente visible.
ARteStética @therestisnoise_
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